viernes, 10 de octubre de 2008

Lo que nos inspira y anima


2.- Lo que nos inspira y anima.
Carisma y Espiritualidad de los Sagrados Corazones.

2.1. Carisma fundacional de los SS.CC.

2.2. Carisma de los SS.CC. hoy en la Rama Secular.

Carisma es:

Un don del Espíritu Santo a una persona o a un grupo de personas (una comunidad). Un don concreto para "la edificación del cuerpo de Cristo", como dice San Pablo (Ef 4, 12) o sea no para la persona o el grupo mismo sino para la comunidad o para la iglesia.
Un don que una persona o un grupo de personas recibe en un momento histórico concreto. Por lo tanto, este mismo don en otro momento y en otro lugar puede y debe tomar formas diferentes.

“La fidelidad al pasado no se conserva en su pura repetición, sino en su anuncio siempre nuevo de palabra y de obra. Para seguir significando lo mismo, lo recibido del pasado ha de ir tomando continuamente formas de expresión propias del tiempo, acomodadas a él y a la vez contradictorias. La fidelidad que no toma en cuenta la incesante transformación del mundo no es fidelidad.” (Martin Horkheimer)

Para poder ser fiel al "Carisma Fundacional" de la familia religiosa de los SS.CC. hay que estar atento en dos direcciones:

Conocer bien la comunidad de la primera generación, conocer las personas y los escritos del fundador, de la fundadora y la práxis de la primera comunidad. Hay que volver a las fuentes.
v Hay que ser capaz de ver e interpretar los "Signos de los tiempos“ (Lc 12, 54 – 56), o sea la realidad actual en su dimensión social, cultural, política, religiosa, etc.


A.- Acogida del Carisma en el tiempo de la Fundación (1793 – 1802)

Las circunstancias:

La Ilustración desemboca en Francia en la Revolución Francesa (1789 - 1802). La revolución es un fenómeno político, cultural, social. Se dice que no hubo cambios en la sociedad sino que la sociedad entera cambió. (Hoy decimos que la nuestra no es una época de cambios sino un cambio de época). Todo lo que había crecido en siglos fue removido. El proceso revolucionario exterior terminó con Napoleón Bonaparte a fines de 1799 y el concordato del 1802.

Si el proceso revolucionario afectó profundamente a la sociedad de la época, no lo hizo menos en la iglesia.

La iglesia, que se había identificado con un determinado orden social, económico y político, se ve afectada directamente cuando este orden quedó obsoleto y fue cambiado.

El proceso de separación de iglesia y estado, ha comenzado en la Reforma de Lutero y culmina en la Ilustración y la Revolución Francesa. La revolución era vista como la victoria de la razón sobre el “oscurantismo” de la religión y sobre todo del catolicismo. La supresión de la Compañía de Jesús (Jesuitas) en 1773, la disolución de muchos conventos (de 1500 monasterios osb a 30) y la extinción definitiva de una serie de órdenes religiosas (más de 20) en este tiempo, son expresión concreta de lo dicho.

Los cambios y transformaciones fueron tan complejos y dolorosos que la iglesia fue incapaz (y con ella nuestros fundadores) de reconocer el aporte que con toda la ambigüedad, todos los errores y desvíos, significó la revolución. Para la iglesia recién el papa Pablo VI reconoce las raíces evangélicas y cristianas de los enunciados de la revolución: Libertad, igualdad y fraternidad.

El comienzo de la primera comunidad en torno a la Buena Madre y el Buen Padre fue en 1793, año en que la revolución ejecutó al rey Louis XVI. Coincide por lo tanto con los comienzos de la revolución.

A fines del siglo 18 y comienzos del siglo 19 Pierre Coudrin y Henriette Aimer de la Chevallerie tienen una visión en tiempos en que en la iglesia las visiones no eran frecuentes.

La Visión y la Misión:

"Un día, trepando ya en mi granero, después de haber dicho la Misa, me arrodillé junto al corporal en que creía conservar la presencia del Santísimo Sacramento. Ví entonces lo que somos ahora. Me pareció que éramos varios los que estábamos reunidos en común; que formábamos un grupo de misioneros que debía esparcir el Evangelio por todas partes. Pensando en esta sociedad de misioneros, me vino también la idea de una sociedad de mujeres (...). Yo me decía: no tendremos ni dinero ni rentas: nos devorarán los piojos (...). ... este deseo de formar una sociedad que llevara la fe a todas partes, no me ha dejado nunca“. Buen Padre

1.- El amor de Cristo urge a Pierre Coudrin y a Henriette Aimer de la Chevallerie a ponerse al servicio de personas concretas en circunstancias precarias y hasta peligrosas, son tiempos de clandestinidad, de ilegalidad y de riesgo para la iglesia y sus ministros/as. Son tiempos de lucha.

No era posible pensar en grandes "obras" ni planes pastorales. Lo que marcaba la vida de la comunidad era:
v La urgencia sentida de anunciar el Evangelio
v El contacto directo en la pastoral
v El cuidado y la atención de personas
v La espontaneidad
v La flexibilidad
v La capacidad de discernir los espíritus

2.- El amor de Cristo los urge a permanecer cada día horas ante el sagrario escondido en adoración y contemplación.

v Ni en el servicio pastoral ni en la adoración podían recurrir a formas y caminos hechos y conocidos.
v El camino de la fidelidad al Señor y su Evangelio en tiempos difíciles se interioriza. No valían ni eran posibles las formas exteriores, con frecuencia gastadas y obsoletas.
v Nuestros fundadores no trataron de "salvar su pellejo", no hicieron de la sobrevivencia el centro de su atención y de su vida. Más bien se mantuvieron abiertos/as y atentos/as a la inspiración de Dios que les hablaba desde las necesidades de las personas, del pueblo de Dios, y desde los acontecimientos a su alrededor.

Rasgos espirituales en la comunidad primitiva:

v
Lucha y Contemplación
La adoración mantenía viva la llama del “celo apostólico” y la experiencia pastoral marcaba la adoración y le daba realismo
v Gran confianza en la providencia divina.
v La centralidad de la persona de Jesús. "En Jesús encontramos todo; su nacimiento, su vida y su muerte: he ahí nuestra Regla", decía el Buen Padre.
v La devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
v La comunidad era como una familia (espíritu de familia).
v Los miembros de la comunidad debían ser fácilmente accesible para todo el mundo.




B.- Fidelidad al Carisma de los Fundadores en 2008

Hoy día podríamos decir con Leonardo Boff:

“La raíz básica de nuestra crisis cultural reside en la aterradora falta de ternura y de cuidado de los unos para con los otros, y de todos con la naturaleza y con nuestro propio futuro”.
[1]

Consecuencias de eso son:

soledad, miedo y depresión
crisis de las instituciones
el estado y las instituciones que lo sustentan, partidos políticos, etc.;
la iglesia y las instituciones que en medida importante la sustentan: el ministerio sacerdotal y la vida religiosa;
la familia en su forma tradicional; ...

Formas de enfrentar la crisis actual que podemos observar en nuestro entorno:

v Evasión
v Consumismo
v “carpe diem” (aprovecha el día, la ocasión, ...)
v Agresividad,
v “Fuga hacia atrás” ...

Pero también podemos afirmar que se va asomando lo nuevo, lo que está por venir ...

Miren, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando. ¿No lo notan? (Is 43, 19)

Lo nuevo que viene ...

v Nuevas maneras de ubicarse en el mundo (al lado de la naturaleza, al lado de otros seres humanos, etc.)
v Nuevas formas de relacionarse (género, lo “inter”, etc.)
v Nuevas formas de organizarse (liderazgos, cultura juvenil, movimientos de base, etc.)
v Nuevas formas de buscar y encontrar a Dios (búsqueda espiritual fuera de la iglesia)

Sobre este telón de fondo el 37º Capítulo General de los hermanos de los SS.CC. (septiembre 2006) ofrece pistas para encontrar respuestas a los desafíos de nuestro tiempo desde nuestra vida y el carisma heredado de nuestros/as hermanos/as mayores.




Nos propone ser:
v Contemplativos/as
v Compañeros/as
v Compasivos/as


Lo que permanece:

v La centralidad de la persona de Jesús.

"En Jesús encontramos todo; su nacimiento, su vida y su muerte: he ahí nuestra Regla“ (Buen Padre)

v El Corazón de Jesús

Cuando hablamos del Corazón de Jesús estamos hablando de un modo de acceder a la persona de Jesús desde la temática del corazón, entendiendo el corazón desde el horizonte del pensamiento bíblico.

La intuición de la Sagrada Escritura, ya desde el Antiguo Testamento, es que el ser humano se unifica en un punto o centro interior, al que sólo Dios tiene pleno y directo acceso: el corazón. Centro desde el cual, a la vez, el ser humano se va haciendo plenamente persona, va creciendo en humanidad; se va encontrando en plenitud con los demás y con la naturaleza y, por ello, consigo mismo; y se va introduciendo en Dios y va introduciendo a Dios dentro de sí.

Lo que realmente interesa es la persona de Jesús, no las formulaciones abstractas mediante las cuales en diversas épocas se ha buscado encasillar su doctrina. Y no sólo interesa su persona, sino lo más íntimo de ella: su corazón.

Y por corazón no debemos entender la sede de los sentimientos o de las emociones, sino aquel centro profundo desde el cual la persona enfrenta toda la vida. El corazón es el centro de las decisiones personales que orientan profundamente toda la vida; el centro de las decisiones vitales. Fijar la mirada en el corazón de Jesús es una invitación a atender a lo medular, a lo orientador de todo su actuar.

Cuando ponemos nuestra mirada en el Corazón de Jesús descubrimos en él como motor esencial de todo su actuar la misericordia. Jesús ofrece su amor, su misericordia y protección amorosa a todos los seres humanos, por el simple hecho de que se encuentren en necesidad o en un momento de aflicción. En una época de rigorismo religioso esta devoción acentúa la humanidad de Jesús y su anuncio del amor gratuito y misericordioso de Dios en favor de toda la humanidad.

El Corazón de Jesús es el corazón de ese hombre que en fidelidad al Padre y por amor a todos los hombres llegó a la ofrenda total de su vida en la cruz.

Para vivir bien nuestra fe nos centramos en la persona de Jesús, y no solo en doctrinas o en normativas morales. Nuestra fe se articula en torno al misterio de la persona de Jesús; y de un Jesús encarnado.

En cada persona hay un centro, desde el cual brotan todos los comportamientos, y desde el que se explica o alcanza su coherencia el conjunto de su actuar. Un buen acercamiento a Jesús es aquel que nos invita a preguntarnos por las raíces profundas de su actuar, por los sentimientos más íntimos de su corazón.

De esta manera nos acerca a la relación con su Padre y al amor por la humanidad caída. Y en contrapartida, también nos lleva a plantearnos la pregunta por la raíz de nuestro actuar, no sólo por la objetividad exteriormente medible de nuestros comportamientos.

Ante la pregunta por los sentimientos del corazón de Jesús, nos encontramos con el tema de la misericordia. Una misericordia que no es sólo filantropía, sino que surge de una profunda experiencia de Dios. Una experiencia del Padre de amor, que quiere a todos sus hijos, que anhela la vida plena para todos ellos. Y que por lo mismo los acompaña y defiende en momentos de aflicción.

En el corazón de Jesús conocemos la hondura del amor de Dios (cf. Efesios 3,17-19). De aquí surge un camino de vida cristiana: irse configurando paulatinamente con el amor de Dios que se nos ha manifestado en Jesús. Que nuestro corazón vaya aprendiendo a amar y a latir junto con el del Señor.

Este modo de proponer el camino de la vida cristiana, como una configuración con los sentimientos más profundos del Señor, puede resultar de gran ayuda para muchos hoy. Nos previene del peligro de una moral fría, apoyada sólo en reglamentaciones e incapaz de dar cuenta del modo en que nuestra adhesión personal a Jesús debe irse traduciendo en acciones concretas, en un estilo de vida.

De aquí surge una propuesta de vida cristiana que pone el acento en la necesidad de un trato cercano, cariñoso y respetuoso por cada persona concreta, cualquiera sea su condición. Este estilo de vida, apoyado directamente en una contemplación de los sentimientos del Corazón de Jesús, le confiere un rico tinte de humanidad a la experiencia cristiana.

Desde una espiritualidad del Corazón de Jesús podemos pensar en contribuir a la formulación y puesta en práctica de una ética de:

v
cuidado mutuo
v respeto y reverencia
v confianza
v responsabilidad
v cooperación y solidaridad

[1] Leonardo Boff, San Francisco de Asís: Ternura y Vigor. Ed Paulinas, Stgo 1989, p. 30

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